La posibilidad de suplir de manera eficiente las necesidades  de esta incipiente sociedad, va aglutinando y multiplicando los beneficiarios hasta crear poblados o burgos, que como se había mencionado, se convierten gradualmente en ciudades. Sin duda el comercio promueve el progreso de estas sociedades y caracteriza las pautas de avance de quienes en él intervienen. Sin embargo, se hacía necesario utilizar otros medios de compensación en los regateos de los propios bienes, ya que algunas veces no coincidían los intereses de la mercadería de uno por otro; o la tasación de un producto superaba en demasía la oferta del canje; o porque en general no se presentaba equilibrio en los intereses de oferta y demanda entre los participantes del intercambio.

 

 

Así pues, la actividad del trueque paulatinamente se convierte en algo impráctico y dispendioso a medida que la población crece y el número de “transacciones” se multiplica. Dado que el trasiego de ciertas mercaderías se torna abrumador y la reciprocidad en la negociación se ve casi siempre afectada, ciertos productos con valor intrínseco alto y de relativa fácil manipulación se empiezan a convertir en valores universales de intercambio o monedas naturales utilizadas inclusive hasta épocas recientes –siglo XVI-, como las nueces y dátiles en el norte de África, el pescado seco en Islandia, los condimentos y especias en el Oriente, el arroz en la India, las pieles de castor en Alaska, las conchas de ciertos moluscos como el Caurí en la India y el Mediterráneo, y las semillas de cacao, el maíz, la sal y las esmeraldas en América; pero los metales, no muy abundantes en la naturaleza, presentaban características propias de valor por su escasez  e incorruptibilidad como el cobre o el electrón en Grecia –mezcla natural de plata y oro- o el oro y la plata con los que formaban lingotes o planchas, algunas veces grabadas a punzón para certificar su autenticidad y pureza con la efigie de algún emperador, divinidad o Estado y se convirtieron en piezas perfectas para efectuar las transacciones; no perecederas ni corruptibles, se podían fraccionar, almacenar, y eran fácilmente reconocibles y certificables por el peso, en fin el metal, cumplía con creces las necesidades de intercambio comercial. Emerge finalmente la moneda como hoy la reconocemos. Sin embargo a esta también le correspondería madurar tanto física como socialmente; el estado ve en la acuñación de la moneda una forma de control de la economía, incrementa su poder político por el respaldo de su sello, rentabiliza la operación acuñando monedas con metales aleados menos puros pero con impresiones elaboradas y artísticas; hasta que también evoluciona. El peso propio del metal, la inseguridad y dificultad en las transacciones, las falsificaciones, etc. hacen proponer un medio más seguro y práctico para comerciar, siendo así como los cheques y las letras de respaldo y posteriormente el papel moneda irrumpen en la economía con sonado éxito hasta nuestros días. Ya conocemos el resto de la historia, hoy día, cuando el dinero se puede comprar hasta postergando su pago, efectuar compras de bienes o servicios con tarjetas electrónicas que son respaldadas por los bancos o por los mismos comerciantes que ven en este método otra manera efectiva de prestar y “acuñar” su propio dinero. Solo nos resta mencionar la  venta cibernética donde con un simple clic y a distancia, cerramos una compra y nos adueñamos de prácticamente casi cualquier cosa en el mundo. Llegará el día de los pagos con la huella digital, la lectura remota del iris del ojo o la acreditación de un debito por la voz o el pensamiento.

El comercio desde el trueque avanza a pasos agigantados y raudos, durante este recorrido la moneda hace su triunfal aparición, evolucionará y perfeccionará de la mano con el espacio que contiene al comercio. Sin lugar a dudas este último y los medios de pago conformarán una simbiosis de complementos inseparables, comercio y dinero sin duda las claves del desarrollo de la humanidad.

 

Sergio Cardozo. Arquitecto Retail

Bogotá. Colombia

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