Con aspecto austero y mirada firme tras sus gafas de montura oscura, pretendía transmitir normalidad, aparentar ser uno de tantos. Y sin embargo, Charles Edouard Jeanneret (La Chaux de Fonds, 1887 – Cap Martin, 1965), o Le Corbusier, como se apodó tras su llegada a París en 1.909, fue una persona controvertida y contradictoria, con un alto grado de protagonismo, una profunda actitud individualista y una fuerte personalidad propia de los modernos de su época. Arquitecto, urbanista, paisajista, diseñador de interiores, escritor y artista, desde muy joven estuvo convencido de que debía cambiar la arquitectura y la sociedad del momento. Por ello, no era extraño verle envuelto en polémicas tratando de conseguir que el denominado Movimiento Moderno entrara de lleno en la forma de ser y vivir del hombre común. A éste dedicó sus estudios teóricos y publicaciones, los proyectos urbanísticos más importantes (la mayoría de los cuales nunca serían realizados) y los 75 edificios que logró construir en doce países.

Tú serás arquitecto”, le dijo su maestro L’Eplattenier, todavía en su ciudad natal. Nada atraía al joven Jeanneret de esta profesión, que en un primer momento reaccionó de forma negativa a esta observación, pero es evidente que su maestro le influyó, porque a los diecisiete años ya había realizado su primera casa.

El gran cambio conceptual en su forma de pensar, que tanta repercusión tendría en su obra posterior, se produjo con motivo de su traslado a París a los 29 años, donde prácticamente residiría el resto de su vida. Allí tuvo ocasión de trabajar con Auguste Perret (arquitecto pionero en la utilización del hormigón armado) y de conocer la corriente cubista del momento (Picasso, Braque…). Fue ésta una etapa llena de nuevas experiencias y numerosos viajes. En Alemania, por ejemplo, tuvo ocasión de conocer a Mies Van der Rohe y a Walter Gropius, con quien mantendría una buena amistad en el futuro. Pero quien más le influyó en esta etapa parisina fue el diseñador y pintor Ozénfant, con quien fundaría en 1920 “L’Espirit Nouveau”, revista internacional ilustrada de la actividad artística contemporánea y germen del nuevo movimiento artístico post-cubista, el purismo. Esta nueva corriente, que desde ese momento estará presente en la obra pictórica y arquitectónica de Le Corbusier, rechazaba el exceso de ornamentación, la arbitrariedad y el “desorden” de la creación cubista en favor de lo deliberado, lo controlado y lo despersonalizado como expresión formal.

En su famoso libro “Vers un Architecture”, expresa: “Un trazado regulador es seguro contra la arbitrariedad, es la operación de verificación que aprueba todo trabajo creado en el entusiasmo… es una satisfacción de orden espiritual que conduce a la búsqueda de relaciones ingeniosas y de relaciones armoniosas… La elección de un trazado regulador es uno de los momentos decisivos de la inspiración, es una de las operaciones capitales de la arquitectura”. Formalmente, sus edificios eran volúmenes muy puros (cajas) manipulados mediante la utilización de una geometría reguladora, tanto en fachadas, con los ritmos de huecos y macizos, como en el resto de elementos espaciales interiores.

Profundamente influenciado por la máquina, el trabajo en serie y las cadenas de montaje como motores de inspiración (el coche, el avión…), comenzó a trabajar para una sociedad entendida como un colectivo de hombres comunes (hombres-tipo), los habitantes de sus espacios producidos en serie: “El hombre es una prodigiosa máquina, divina e infernal… Estudiar la casa para el hombre corriente, universal, es recuperar las bases humanas, la escala humana, la necesidad-tipo, la función-tipo, la emoción-tipo” (Le Corbusier 1924). También la decoración de sus espacios debía realizarse con “objetos-tipo” despersonalizados, realizados de forma industrial, carentes de convenciones o elementos humanos del arte, y por supuesto capaces de sustituir a las mismas obras de arte. No fue casualidad que fueran estos objetos simples (botellas, vasos, platos…) los que aparecían en las obras pictóricas del artista.

En este contexto entendió Le Corbusier sus máquinas de habitar, viviendas unifamiliares o edificios de apartamentos con diversos equipamientos, eficaces como aquellas máquinas que cumplían las tareas para las que habían sido creadas. Concebidas como espacios de vida programada, sus habitantes se debían mover por sus estancias cumpliendo todas las funciones del día en determinado momento. Y es que ya lo decía Le Corbusier, “la casa es una máquina de habitar. Baños, sol, agua caliente, agua fría, temperatura a voluntad, conservación de los alimentos, higiene, belleza mediante la proporción. Un sillón es una máquina de sentarse… los aguamaniles son máquinas de lavarse…”.

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Este nuevo planteamiento requería adaptar la arquitectura, y para ello planteó cinco puntos esenciales que aparecen a lo largo de toda su obra: la utilización de “pilotes” en la planta baja, que permitía la libre circulación o el aparcamiento de los automóviles; el tejado-terraza-jardín, integrando la naturaleza en la cubierta del edificio; la planta libre, resultado de la utilización de una estructura de pilares que sustentan losas de hormigón armado; la fachada libre independiente de la estructura, directa consecuencia de la planta libre en el sentido vertical, y la ventana en longitud, para hacer llegar la luz a todo el interior.

Sus propuestas en materia de urbanismo también reflejaron su inquietud por la cuestión social del hábitat. Soñó con resolver el caos de los centros urbanos de algunas ciudades mediante la construcción de rascacielos conectados entre sí por espacios naturales y vías de circulación rápida. Proyectó alternativas para muchos núcleos urbanos de todo el mundo, entre ellas París o Estocolmo, en las que siempre estaban presentes sus tres premisas fundamentales, sol, espacio y naturaleza.

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Le Corbusier vivió una época y una situación histórica determinada que no es la nuestra, por lo que hay que entenderlo e interpretarlo en su propio contexto. “Su vida y obra permanecen constantemente sometidas a la obligación de enseñar, demostrar, convencer, explicar, de luchar por algo y de la necesidad de vencer a toda costa. José Luis Sert dijo un día, refiriéndose a Le Corbusier, que era un gran hombre que, no sabiendo en el fondo de sí mismo lo que era, vivió con el empeño de demostrarlo a los demás” (Von Moos 1968). Y lo consiguió, porque Le Corbusier, que se definía hombre de letras, revolucionó el modo de pensar, proyectar, construir y sentir la arquitectura de la ciudad, conciliando términos tan opuestos como arte y técnica, regla y arbitrariedad, geometría y naturaleza, luz y sombra. Sus ambiciosos proyectos de arquitectura y urbanismo, sus numerosísimos escritos teóricos, sus obras de arte y sus objetos de diseño siguen siendo en la actualidad materia de estudio y fuente de inspiración de arquitectos y diseñadores. El tiempo ha sido el mejor testigo de que no se equivocó.

Referencias: LE CORBUSIER. Hacia una Arquitectura. 1923. Ed. Poseidón. Barcelona, 1998.

SANCHO OSINAGA, Juan Carlos, 2.000. El sentido cubista de Le Corbusier. Ediciones Munilla-Lería.

SUMA, Stefania. Le Corbusier. Motta Architettura. VON MOOS, Stanislaus. Le Corbusier. Ed. Lumen. Barcelona 1977.

ZAPARAÍN HERNÁNDEZ, Fernando. Le Corbusier, artista-héroe y hombre-tipo. Secretariado de Publicaciones Universidad de Valladolid. Valladolid 1997.

1 Comment

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